miércoles, diciembre 6

Otra vez yo

Hola.
Quiero ir con vos hasta el fin del mundo.
No, tampoco me mires así.
Yo sé que suena a que vivo en una novela tipo Dulce Amor. No es la idea. Pero me pediste que sea tu compañera y me quedó grabado en el alma. Creo que después de dormir juntos durante 100 noches, aunque suene a poquito, no quiero soñar junto a la cabeza de nadie más.
Me tiembla la mano mientras escribo. No hace falta que me lo digas. Leia molesta con una de sus cuatro patitas al compás de los movimientos de mi muñeca. Tal vez esta carta sea casi ilegible; pero imagino que te las vas a arreglar... como con casi todo.
Estoy escribiendo en el cuadernillo que usaba para la facultad. No puedo evitar recordar los fines de semana de mate y tostaditas. Como pienso en vos en la ducha... aunque hoy te molestó que te lo diga.
Te sigo soñando. Desde que te fuiste tu imagen es inherente a mis días. Te pienso en los ocasos, en el verde del pasto te veo y con las gotas de lluvia apareces también.
¿Pensás pasar mucho tiempo más en mi cabeza? Porque si no podés acompañarme en la caída del sol, preferiría no pensarte tanto.
Te quiero.
Siempre.

jueves, septiembre 28

Ellos

dicen.
dicen que te quieren,
que te lloran,
que te anhelan,
que les emociona tu crecimiento.

pero.
pero si volas un poquito muy alto
te cortan las alas
o intentan tironearte
de nuevo al suelo.

dicen.
dicen ser familia,
dicen respetarte,
dicen aceptarte,
dicen apoyarte.

pero.
pero solo si sos hetero,
pero solo sos blanca,
pero solo si sos casta,
pero solo si sos políticamente correcta.

lunes, septiembre 4

Madre

Y si vuelves
a tocar mi puerta
espero que tu voz
no sea otro eco molesto
sino
que cante una canción de cuna
que me arrulle
y me haga dormirme
sobre tus rodillas.

Y que tus manos
no infundan tu ira
sobre la piel de dos niños
sino
que le acaricies el pelo
a mi hermano
y le hagas un té
al despertar.

Y que en tus orejas
nuestras voces no sean zumbidos
sino
hermosas melodías
llenas de sueños
y de historias.

domingo, julio 30

Última

A mí también me carcomen los sueños de encontrarnos felices. O al menos entre un poquito de alegría y buen sexo. Y ya sé que te aburriste de compartir tostaditas con queso conmigo porque ahora, en el medio de los mates, discutimos por cualquier gruñido. Nos encontramos, pero no felices.
En el medio del camino, nos olvidamos de ponerle azúcar al té. Te olvidaste tu saco de ganas de mí. Se perdió la primer poesía que te escribí. Se nos cayó al suelo la comida recién hecha con amor. O desamor. Armamos un porrito con el lillo al revés. Se rompió la mesita del living. Nos caímos de otra silla, pero esta vez no nos dimos un beso en el suelo ni nos reímos. Se nos disolvió algo en las manos y las últimas peleas fueron producto de la desesperación de que aquello se resquebraje frente a nuestros ojos.
Lo peor de las fisuras es que no son lindas. No son como esa tacita de té que se le rompe a Bella y La Bestia la guarda con todo el amor del mundo. No podemos juntar los cachitos de vidrio del suelo, porque duele. Sangra a borbotones. Y entre nosotros solo queda una simbiosis de dos partes dolor y tres nolstagia de un amor que nunca llegó a ser.
Te veo los ojos. Los ojos que te da miedo que te mire. El abdomen que te pone rojo cuando le hago cumplidos. Las muecas con la boca. Tenés ojos infinitos, ¿ya te dije? Te veo. Y hasta acá llegaste. Hasta acá llegamos.


Te quise,

yo.

miércoles, junio 21

7 de la tarde

Te sentí mío
nos sentí nuestros
nos sentí uno
por un ratito

Pero seguimos sangrando
y no sos mío
ni soy tuya
ni somos nuestros

No nos curamos
la cabeza
ni mucho menos
el corazón

Te abracé lo más fuerte que pude
e igual
no te solucioné
las fisuras
en el alma
ni en la mente

No reparé los muebles rotos
en los recovecos más oscuros
de tus profundidades

No te sacié con mi carne
con mis palabras
ni con mi risa

No fui suficiente

No fui

No fuiste

No fuimos

miércoles, junio 7

Mastiqué angustia
porque quería sentir tu cuerpo
e inundarme en el perfume
de tu transpiración

Me consumieron
las ganas esfervecientes
de compartir otro mate con vos
en medio de ese otoño dorado

Tal vez soné muy alto
y con mi cariño
me hice dos alitas de papel
con las que volé entre ilusiones

Englutí desesperanza,
vi cómo te ibas de mi vida
de puntitas y
en silencio.

martes, mayo 30

Vestidito negro

Ayer me puse un vestidito negro al cuerpo. Y lo disfruté. Me miré al espejo sin que surjan ni germinen en mí esas ganas desaforadas de arrancármelo cuanto antes. Me miré contenta, con una media sonrisa casi convencida de mi conformidad. "El negro siempre me queda bonito" pensé, y aunque me miré varias veces a ver si me marcaba demasiado la pancita, elegí disipar pensamientos tristes y destructivos. Elegí quererme, como todos los días lo elijo. Hago el esfuerzo, al igual que miles y millones de mujeres lo hacen todos los días cuando se enfrentan con con su reflejo en algún vidrio de su barrio. Mirarte al espejo siendo mujer es, literalmente, una pelea constante.
Ayer desconstruí, como todos los días, ese prejuicio tan hecho carne que tenemos como sociedad y como colectivo femenino. Tiré a la basura los estereotipos impuestos y me repetí, casi sin querer, que la belleza está en el espíritu. Que ser linda, como le digo a todas, es la forma en la que te brillan los ojitos cuando hablas de feminismo, de tu vocación o de alguna otra pasión. Que ser linda es estar contenta con una misma. Que ser linda es sentirse libre y sin límites.
Ayer no me puse el vestidito negro nada más. Ayer me puse la seguridad en mí misma que el patriarcado nos roba todos los días. Me puse la camiseta de la resistencia y los pantalones de la oposición a este sistema machista. Me planté frente a los prejuicios y al ojo ajeno, por todas las pibas que alguna vez pasamos hambre o devolvimos el guiso de la abuela para ser más bonitas. Me enfrenté a lo que la publicidad y el modelaje de pasarela nos quita todos los días: el amor propio. Ayer me vestí de poder femenino y de lucha.

miércoles, abril 19

Pasado

Volver a viejas sensaciones,
reencarnar en almas pasadas,
pintarme de nostalgia
y escribirte otra carta.

jueves, marzo 30

Luca y Celia

El comienzo de una historia que nunca terminé.
Y que debería reescribir.

Luca caminaba por las calles de la gran ciudad al ritmo de alguna canción de The White Stripes que se reproducía en su mp3, resonando en sus pequeños auriculares. Daba pasos casi al ritmo de la música y en su semblante se veía reflejado ese espíritu jovial que solo los adolescentes son capaces de emanar. La alegría se le escapaba por los poros mientras reflexionaba sobre su latente urgencia por aventurarse y comerse al mundo de un solo bocado.
¿Qué haría en aquel día tan otoñal? Se preguntaba, mientras disfrutaba de la imagen de los árboles teñidos de colores amarillentos y naranjas. ''Próximamente aquellas hojas se van a pintar de un tono más rojizo'' pensó para sus adentros y se sonrió con insolencia. Las personas a su al rededor le interesaban poco y nada. Estaba centrado en él, en la música, en sus sueños de escritor que le recorrían las venas. Y en su hambre de conocer, descubrir, explorar y experimentar.
La quinta canción de su lista de reproducción favorita finalizó. Los auriculares no emitieron sonido alguno por varios segundos y en cuanto levantó la vista de sus pies, divisó una cafetería pequeña que capturó su atención. No lo pensó demasiado y sin cuestionar sus impulsos tan particulares, se adentró a ella. Dio varios pasos y otra canción comenzó a sonar en su reproductor. Se sentó sobre la barra esperando que alguien lo atienda, ensimismado por completo en su microuniverso personal.
Retiró los auriculares de sus oídos en cuanto la mesera se inclinó hacia él con demasiado entusiasmo, pretendiendo tomar su pedido. —¿Y bien? ¿Qué vas a tomar, niñito?— le dijo aquella mujer considerablemente mayor. El chico sintió su respiración caliente chocar contra su rostro y dos o tres gotitas de su saliva cubrieron su mejilla izquierda. Tenía una gran verruga sobre el labio que hizo que Luca se estremeciera con escozor. Él se alejó unos centímetros por inercia y contestó: —Un capuchino, por favor—. Suspiró sutilmente en cuanto aquella mujer se alejó luego de pronunciar ''en seguida viene''.
Se pedía capuchinos a todas las cafeterías a las que iba. Aquella infusión era la preferida de su padre y desde que Luca tenía memoria, era la que ordenaba cada vez que salían juntos. Recordó varios escenarios en los cuales aquella bebida caliente y espesa fue protagonista en los encuentros con su padre. Peleas, discusiones, charlas serias o charlas al azar atiborradas de chistes internos. Lo que sea, pero el capuchino casi siempre presente. Sonrió con un tinte de nostalgia. Sus introspección se vio interrumpida cuando una morocha de ojos verdes como el pasto de verano se sentó a su lado y dejó un cuaderno sobre la mesa que decía ''Celia''. Supuso que era su nombre. La observó por unos minutos sin que la chica siquiera lo advirtiera. —Y... ¿te gusta escribir?— preguntó el muchacho, sin escrúpulos.

domingo, marzo 26

Barra

Dante siempre había sido muy bueno en su trabajo. Su labia fluida y su prodigiosa facilidad para entablar conversaciones hacía que la conexión con los clientes se diera de una forma totalmente natural. Las noches en las que él trabajaba, el bar vendía más tragos que de costumbre en su barra. Lograba charlar lo suficiente con los clientes como para divertirlos y animarlos a tomar un par de vasos más, seducidos por el entretenimiento que producía charlar con aquel morocho jocoso. Era capaz de hacer que dos personas establecieran conversaciones extensas a lo largo de la noche, para terminar en la cama de algún motel. Poseía una fascinación especial por las relaciones humanas y la comunicación, algo que lo caracterizaba y resultaba ser un gran beneficio.
Cervezas en cantidad. Mojitos. Y su especialidad: cubalibre. Vasos sobre las barras. Aún más tragos sobre las mesas ubicadas en los rincones. La energía del lugar se apoderaba del espíritu de jóvenes y adultos, sin duda alguna. Gente meneando las caderas y levantando los brazos al ritmo del pop y el rock que hacían retumbar una y otra vez los parlantes posicionados en lo alto del pub. Sonrisas en demasía. Y varias muchachas carentes de inocencia que pretendían pasar una dulce velada con él. "Hoy no" se dijo a sí mismo, observando escasez de sus típicas ganas de coquetear con desconocidas. Esta noche tenía un objetivo en específico que no estaba dispuesto a transformar ni canjear: Myrcella.
El reloj en su muñeca derecha emitió un sonido tintineante mientras las agujas marcaban las 2a.m, hora de irse a casa. Sirvió un par de tragos más, satisfecho con sus planes para el resto de la noche. Se despidió de sus compañeros de trabajo, metió un par de cervezas en su mochila en plan contrabando y luego la buscó impetuoso con la mirada entre tanta gente sentada sobre la barra del lugar. Allí estaba: sus ojos la divisaron donde la había conocido más temprano, aunque ahora llevaba el pelo un poco despeinado y el vestido desarreglado. Sonrió y apretó los labios, como queriendo suprimir esa expresión de satisfacción de su rostro. Se puso la mochila al hombro y se acercó a la castaña de inmediato, sin escrúpulos. —¿Me permite escoltarla, señorita?— preguntó Dante luego de inclinarse hacia a ella. La muchacha se sobresaltó al escuchar la voz del barman, puesto que hasta ese entonces se encontraba mirando al otro extremo de la pista, pensando en quién sabe qué. Él rió. Aún soltando un par de carcajadas, pasó con todo su cuerpo por encima de la barra, deslizándose por gran parte de la extensión de la misma. "Qué lindos son los encuentros casuales", pensó en cuanto tomó su mano y la acopló con la suya, dispuesto a caminar entre el mar de gente que ocupaba el lugar.

miércoles, marzo 1

Después de los besos,
de los silencios,
vomité mariposas

Explotaste en mi cabeza
y te teñiste de gris

Se despintaron mis labios
y ardimos en miseria

Nos pisoteé
como a un bicho miserable
y te di ese beso
lleno de melancolía

Nos convertimos en un recuerdo,
una melodía que nunca fue

Fuimos un dibujo a medio hacer
una taza de té fría
un capullo sin florecer
un cigarro consumido

Aún vivimos en esas canciones y
en los rincones de tu casa

Aún somos en el pasado
en algún recuerdo encapsulado

jueves, febrero 16

Alas

A veces sueño con vos. A veces te encuentro en rincones fríos de mi cabeza, en destinos olvidados. A veces vuelvo a las historias que me contabas cuando yo era muy chiquita y me sonrío con un leve tinte de nostalgia. Nunca jamás me voy a olvidar de estar sentada en tu cama, en ese acolchado gordo y suave, mientras me mostrabas la remera de tu banda favorita y luego afirmabas "sí, las flores y arbolitos en las ventanas los pinté yo". Recuerdo examinar detenidamente el acrílico plasmado sobre vidrio. En principio, no te creí. Pero después te admiré y me pregunté, en mi cabecilla de niña, cómo hacías para ser tan genial. A veces me pregunto si ese poquito de locura que me compartías, tan tuyo, lo tomé como ejemplo de vida. O me cuestiono si la sangre que alguna vez compartimos es lo que me hace sentirme tan plasmada en vos, tan espejada. ¿Dónde andas, Lore? ¿Volando por ahí? Esparciendo magia donde el mundo la necesita. Llenando de buena vibra los momentos, las ochavas desoladas en las que llora algún corazón angustiado, tal vez. Tal vez no. Capaz me equivoco y en el plano por el que andás de paso, no te preocupamos (tanto) los seres humanos y simplemente estás dedicando tu tiempo a disfrutar de esas alas de las que le hablaste a tantos. A mí no. No tuvimos tiempo, flaquita. Pero cómo me gustaría sentarme sobre el cemento frío al borde de la laguna para escucharte hablar de ellas. O de alguna otra anécdota, aunque sea una sola más, para abrazarla y guardarla en mi cajoncito mental de recuerdos. Sino, que me muestres tu poesía. O alguna otra canción que te hace sentir que volás. Sueño mucho, ¿no? Probablemente sí, pero cuando me enojo con el mundo muy de repente, desearía tenerte para degustar una birra juntas. O compartir una tuca. ¿Usabas tuquero? ¿O te quemabas los dedos, como yo? ¿Te caben los culitos de la birra? Si no te gustan, yo me ofrezco a tomarlos. Yo me tomo todo. "Hasta el agua de los floreros", me dijeron alguna vez.
A veces te recuerdo y deseo ser un poquito más como vos, tía. Más libre, más loca, más profunda. Te quiero, aunque no sé si alguna vez lo puse en palabras. Te adoro, aunque no sé si tuve la oportunidad de decirlo en voz alta. Aunque seguramente no lo supiste, lo hice siempre. Con el alma.

martes, enero 17

Caramelos ácidos

A veces, cuando tengo ganas insesables de llorar, te pienso. Y por una milésima de segundo, creo que te extraño. Ese efímero momento en el cual recuerdo tu compañía y tus mimos sobre mi rostro, mi cuerpo, mi pelo. Esas caricias, que más que físicas o banales, eran caricias al alma. Caricias que se fundían con mis sentimientos y penetraban en lo más profundo de mi ser. Tus manos suaves parecían desdibujar toda angustia y rencor dentro de mí, con un amor tan determinado. El sonido de tu voz se entrometía en mi cabeza y hacía que me estremezca sin pudor, sin pausa. Tus brazos estrechaban mi sumiso cuerpo con fuerza, me arropaban, me abrazaban casi sin torpeza.

Así es la mente, ¿no? Así nos comportamos con los recuerdos. En la distancia, lejos, en un pasado enterrado, todo parece más bello. Más delicado, más suave, más poético. Pero si entrecierro un poquito los ojos, puedo recordar mejor. Puedo despintar mi memoria de rosa y observar lo callado, lo perdido, lo que quedó en el olvido. Las mañanas eternas en las tomaba café tan amargo como lo eran mis lágrimas, pensando qué habré hecho tan mal. El frío del piso contra mis costillas cuando alguna vez me empujaste con demasiada ira. Los gritos desesperados a través de un aparato electrónico, al unísono. Mis plegarias al cielo para parar ese sufrimiento y esas actitudes tóxicas que se apoderaron del amor que alguna vez sentimos. O creímos que sentimos, ya no sé. Y ahí, cuando he esclarecido las aguas y derribado mi cómodo romanticismo, es cuando decido dejarte atrás. Tirarte, revolearte, soltarte. Pero no esconderte. Elijo aceptar que fuiste parte de mi historia, de mi camino. Una piedra más, un dulce error que con el tiempo me enseñó mi valor. Y tu recuerdo es un poquito placentero pero causa bastante amargura, casi como los caramelos ácidos.

lunes, enero 16

Detalles

El sabor a birra en los labios
el cigarro prendido en la mano
tus manos torpes sobre mi cintura
¿qué más podía pedir?

Afuera se hacía de día
aunque no era algo que nos incumbía
Perdidos en insensantes palabras
nos dejamos fluir en una misma frecuencia

Dejé de pensar
para apreciar
cada caricia sentir
y un verso más escuchar