miércoles, mayo 23

lista

y mirá,
yo 
te 
cuento.

le tengo miedo a 
la sensibilidad que antes irradiaba
y encima
siempre se me queman las tostadas.

lloro un par de veces
al mes
y no me gustan
las películas de acción.

soy romántica aunque
no me guste
y hasta tomar mate
me resulta poético.

gasto en cosas innecesarias 
y soy fan de salir a 
merendar o 
a cenar.

no como cosas raras,
me quedo con mis pastas 
y tomo cerveza hasta
reventar.

me molestan 
los ruidos
y soy demasiado
volátil.

estudio bastante
aunque me desmerezco 
fácil
y nunca me parezco suficiente.

¡soy un montón
de cartelitos de advertencia
que dicen que 
no te convengo!

Rubia y teñida

(Otra de las tantas historias que nunca termino).

Se sentó en la mesada de la cocina, cuerpo afligido y pies descalzos. El frío del mármol le entumeció las nalgas. Inspiró hondo tragándose un par de lágrimas que aún corrían sobre sus labios, para luego restregar de forma salvaje su cara hinchada y desfigurada. Su angustia latente se percibía en el ambiente. El agua en la pava se hervía mientras la llamarada hacía un ruido insípido e insoportable. 

Su iris se había opacado. Ya no era esmeralda. Era un verde como el del musgo asqueroso que se junta en las lagunas feas de los pequeños pueblos a las afueras de la ciudad, o como los pantanos que mostraban en History Channel en la oxidada tv del orfanato. 
La taza rosa. El agua inundándole. El aroma a café que le entraba por la nariz. Sus uñas carcomidas e indecorosas. El esmalte carmesí saltado. 
Un mensaje en su móvil la quitó de aquel estado de invalidez mental. Le dio un sorbo a aquella infusión marrón y espesa mientras releía las palabras en la pantalla brillante. 
«La plata. La puta plata. No voy a tenerte más paciencia. Necesito que me pagues lo que me debes». Registraba las 19:45 p.m. Bufó.
Leyó el más reciente: «Bar. 10 p.m. El dealer volvió a la ciudad. Vamos a rompernos la cabeza como corresponde, nueva rubia». 
F. soltó una carcajada. Le resultaba hilarante aquel texto repleto de emoticones. El abandono y la autodestrucción le acechaban todo el tiempo. Pero nunca faltaba con quién compartir un par de risas, un buen saque de merca y una cerveza para bajarlo.