A veces, cuando tengo ganas insesables de llorar, te pienso. Y por una milésima de segundo, creo que te extraño. Ese efímero momento en el cual recuerdo tu compañía y tus mimos sobre mi rostro, mi cuerpo, mi pelo. Esas caricias, que más que físicas o banales, eran caricias al alma. Caricias que se fundían con mis sentimientos y penetraban en lo más profundo de mi ser. Tus manos suaves parecían desdibujar toda angustia y rencor dentro de mí, con un amor tan determinado. El sonido de tu voz se entrometía en mi cabeza y hacía que me estremezca sin pudor, sin pausa. Tus brazos estrechaban mi sumiso cuerpo con fuerza, me arropaban, me abrazaban casi sin torpeza.
Así es la mente, ¿no? Así nos comportamos con los recuerdos. En la distancia, lejos, en un pasado enterrado, todo parece más bello. Más delicado, más suave, más poético. Pero si entrecierro un poquito los ojos, puedo recordar mejor. Puedo despintar mi memoria de rosa y observar lo callado, lo perdido, lo que quedó en el olvido. Las mañanas eternas en las tomaba café tan amargo como lo eran mis lágrimas, pensando qué habré hecho tan mal. El frío del piso contra mis costillas cuando alguna vez me empujaste con demasiada ira. Los gritos desesperados a través de un aparato electrónico, al unísono. Mis plegarias al cielo para parar ese sufrimiento y esas actitudes tóxicas que se apoderaron del amor que alguna vez sentimos. O creímos que sentimos, ya no sé. Y ahí, cuando he esclarecido las aguas y derribado mi cómodo romanticismo, es cuando decido dejarte atrás. Tirarte, revolearte, soltarte. Pero no esconderte. Elijo aceptar que fuiste parte de mi historia, de mi camino. Una piedra más, un dulce error que con el tiempo me enseñó mi valor. Y tu recuerdo es un poquito placentero pero causa bastante amargura, casi como los caramelos ácidos.
La pasión con la que escribís me encanta, los leí a todos, me encantan y espero que sigas así porque tenés futuro.
ResponderEliminarLo leí como veinte veces. Me encanta este texto❤
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