Dante siempre había sido muy bueno en su trabajo. Su labia fluida y su prodigiosa facilidad para entablar conversaciones hacía que la conexión con los clientes se diera de una forma totalmente natural. Las noches en las que él trabajaba, el bar vendía más tragos que de costumbre en su barra. Lograba charlar lo suficiente con los clientes como para divertirlos y animarlos a tomar un par de vasos más, seducidos por el entretenimiento que producía charlar con aquel morocho jocoso. Era capaz de hacer que dos personas establecieran conversaciones extensas a lo largo de la noche, para terminar en la cama de algún motel. Poseía una fascinación especial por las relaciones humanas y la comunicación, algo que lo caracterizaba y resultaba ser un gran beneficio.
Cervezas en cantidad. Mojitos. Y su especialidad: cubalibre. Vasos sobre las barras. Aún más tragos sobre las mesas ubicadas en los rincones. La energía del lugar se apoderaba del espíritu de jóvenes y adultos, sin duda alguna. Gente meneando las caderas y levantando los brazos al ritmo del pop y el rock que hacían retumbar una y otra vez los parlantes posicionados en lo alto del pub. Sonrisas en demasía. Y varias muchachas carentes de inocencia que pretendían pasar una dulce velada con él. "Hoy no" se dijo a sí mismo, observando escasez de sus típicas ganas de coquetear con desconocidas. Esta noche tenía un objetivo en específico que no estaba dispuesto a transformar ni canjear: Myrcella.
El reloj en su muñeca derecha emitió un sonido tintineante mientras las agujas marcaban las 2a.m, hora de irse a casa. Sirvió un par de tragos más, satisfecho con sus planes para el resto de la noche. Se despidió de sus compañeros de trabajo, metió un par de cervezas en su mochila en plan contrabando y luego la buscó impetuoso con la mirada entre tanta gente sentada sobre la barra del lugar. Allí estaba: sus ojos la divisaron donde la había conocido más temprano, aunque ahora llevaba el pelo un poco despeinado y el vestido desarreglado. Sonrió y apretó los labios, como queriendo suprimir esa expresión de satisfacción de su rostro. Se puso la mochila al hombro y se acercó a la castaña de inmediato, sin escrúpulos. —¿Me permite escoltarla, señorita?— preguntó Dante luego de inclinarse hacia a ella. La muchacha se sobresaltó al escuchar la voz del barman, puesto que hasta ese entonces se encontraba mirando al otro extremo de la pista, pensando en quién sabe qué. Él rió. Aún soltando un par de carcajadas, pasó con todo su cuerpo por encima de la barra, deslizándose por gran parte de la extensión de la misma. "Qué lindos son los encuentros casuales", pensó en cuanto tomó su mano y la acopló con la suya, dispuesto a caminar entre el mar de gente que ocupaba el lugar.
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