Tal vez simplemente no seas para mí. Solo tal vez no seas quien ha de ser mi protector, mi apoyo, mi acompañante incondicional. Tal vez solo estés pasando el rato en mi casita del corazón, viniendo a visitarme para arrancarle una sonrisa a esta extraña melancolía. Tal vez viniste a quererme solo un rato, a darme la simpleza que a veces no me sale tener. Tal vez llegaste a ser mi opuesto y a demostrarme que respirar un ratito está bien y es tan necesario como vital. Tal vez arrivaste a compartir un pucho conmigo, a alivianar un poquito el camino difícil que me tocó transitar con estos zapatos torpes, abandonados, inexpertos.
Tal vez yo no soy para vos. Solo tal vez no he de ser tu futuro, tu consejera infaltable. Tal vez solo esté pasando un rato en tu mente para desprenderte una sonrisa dulce cuando estés de mal humor. Tal vez llegué a hacerte sentir realmente vivo un rato, a darte la reflexión y predisposición que a veces te hacen falta. Tal vez llegué para ser tu opuesto y demostrarte que es necesario planificar, que hacerse la cabeza un rato no viene tan mal.
jueves, enero 14
Tu ser
Una vez más, la necesidad de explicarte lo hermoso de ser irrumpe en mis pensamientos, y mis dedos se dirigen en búsqueda de papel en cuestión de segundos. Ya se me ha hecho una increíble costumbre y no me puedo despegar de las letras, de las frases, de las páginas desgastadas de los libros, los fragmentos y las frases de amor. Y todas estas... absolutamente todas, me recuerdan a aquel abrazo que me diste, al primer suspiro que solté, al primer "sos hermoso" que pronuncié entredientes. Desconozco la magnitud de esta fusión de amor y admiración que me inunda el pecho, que se acrecienta cada que te leo, te escucho, te escribo, te vivo, te sueño.
Niña incapaz
La extraña niña esribe, o intenta escribir. Tuerce la fina boca cuando comienza a garabatear sobre la hoja, porque no le salen las palabras. No resurge de su interior esa expresión poética tan típica de su ser, que un par de versos logra embellecer esa nostalgia que jamás, jamás en la vida se fue. Quiere invocar la compasión, pero es tarea complicada. Anhela ese cálido y reconfortante abrazo, pero no recuerda cómo estrechar el cuerpo ajeno. Quiere pedir perdón, prolongar una triste oración, rogar por una nueva sensación... pero no puede. Algo la obstruye, la detiene, la limita. Y cuando quiere comenzar a teclear sobre el computador, le tiritan los dedos. Su voz se rompe, su vista se pierde, sus párpados se cierran.
Es que duele tanto, tanto, tan profundo... que ni escribirlo puede.
No la juzgues, no le sale. Y por eso suelta lágrimas solitarias y palabras arrebatadas, porque en ese instante desconoce otro método de expresión. Su mente revolotea entre los recuerdos y ese extenso mar de intrigas, y así es como pierde rumbo. Se extravia entre su juicio y el del otro, entre el pasado y el presente, entre su realidad y la ajena. No comprende su accionar ni su incapacidad, no diferencia entre el bien y el mal.
Es que duele tanto, tanto, tan profundo... que ni escribirlo puede.
No la juzgues, no le sale. Y por eso suelta lágrimas solitarias y palabras arrebatadas, porque en ese instante desconoce otro método de expresión. Su mente revolotea entre los recuerdos y ese extenso mar de intrigas, y así es como pierde rumbo. Se extravia entre su juicio y el del otro, entre el pasado y el presente, entre su realidad y la ajena. No comprende su accionar ni su incapacidad, no diferencia entre el bien y el mal.
Mas allá de las entrañas
Hay ciertos momentos en los que siento tanto, tanto que ni siquiera soy capaz de expresar en palabras existentes el mar de sensaciones que me recorre el alma de esquina a esquina. ¿O de curva a curva? ¿Qué forma tendrá el alma? Bueno, igual... eso no importa. Digamos que todo eso me recorre de un lado a otro, por el derecho y al revés. Y me quedo ahí, inmóvil, mirando a un punto fijo sin mucha importancia ni elegancia, como una tecla de la computadora o una esquina fea de la casa, pero que en el momento me parece hasta poético. Y ahí, cuando casi estoy saliendo de un estado que es una mezcla de estupidez y pasión, me pregunto a quién salí tan sensible. ¿De dónde? Explicame, ¿de dónde carajo viene tanto sentir? Tanta empatía, tanta cosa. De un padre ausente, supongo que no. No hay mucha sensibilidad en dejar solo en el mundo a un simple niño, así sin más. Tampoco observo mucha profundidad en mi madre, que inclusive a veces es un poco frívola y distante a todo su al rededor. Entonces, ¿de dónde salí? ¿De dónde proviene esa sensibilidad sin fin? Sin fin, realmente, porque a veces hasta me sorprende lo mucho que siento la vibración del otro, lo mucho que me pesa lo que a la gente le pasa más allá de las entrañas. Y es que a veces hasta me lastima la herida del que es ajeno a mí, del que está al lado. Me lastima verlo triste, taciturno. Pero también me hace excesivamente feliz contemplarlo observar con una dulzura tan particular a quien ama. No sé si es bueno o malo. Porque a veces siento que estoy hecha para los demás, no para mí. Que vivo para ayudar, para dar. Que mi felicidad es compartida, y mi melancolía también. Y no es que me moleste, eh, pero me intriga saber si tengo el corazón partido en dos. Si es que una parte se dedica a mí y la otra está ahí para el que forme parte de mi vida, o para el compañero que me crucé en el pasillo llorando y no dudé en ayudar.
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