El comienzo de una historia que nunca terminé.
Y que debería reescribir.
Luca caminaba por las calles de la gran ciudad al ritmo de alguna canción de The White Stripes que se reproducía en su mp3, resonando en sus pequeños auriculares. Daba pasos casi al ritmo de la música y en su semblante se veía reflejado ese espíritu jovial que solo los adolescentes son capaces de emanar. La alegría se le escapaba por los poros mientras reflexionaba sobre su latente urgencia por aventurarse y comerse al mundo de un solo bocado.
¿Qué haría en aquel día tan otoñal? Se preguntaba, mientras disfrutaba de la imagen de los árboles teñidos de colores amarillentos y naranjas. ''Próximamente aquellas hojas se van a pintar de un tono más rojizo'' pensó para sus adentros y se sonrió con insolencia. Las personas a su al rededor le interesaban poco y nada. Estaba centrado en él, en la música, en sus sueños de escritor que le recorrían las venas. Y en su hambre de conocer, descubrir, explorar y experimentar.
La quinta canción de su lista de reproducción favorita finalizó. Los auriculares no emitieron sonido alguno por varios segundos y en cuanto levantó la vista de sus pies, divisó una cafetería pequeña que capturó su atención. No lo pensó demasiado y sin cuestionar sus impulsos tan particulares, se adentró a ella. Dio varios pasos y otra canción comenzó a sonar en su reproductor. Se sentó sobre la barra esperando que alguien lo atienda, ensimismado por completo en su microuniverso personal.
Retiró los auriculares de sus oídos en cuanto la mesera se inclinó hacia él con demasiado entusiasmo, pretendiendo tomar su pedido. —¿Y bien? ¿Qué vas a tomar, niñito?— le dijo aquella mujer considerablemente mayor. El chico sintió su respiración caliente chocar contra su rostro y dos o tres gotitas de su saliva cubrieron su mejilla izquierda. Tenía una gran verruga sobre el labio que hizo que Luca se estremeciera con escozor. Él se alejó unos centímetros por inercia y contestó: —Un capuchino, por favor—. Suspiró sutilmente en cuanto aquella mujer se alejó luego de pronunciar ''en seguida viene''.
Se pedía capuchinos a todas las cafeterías a las que iba. Aquella infusión era la preferida de su padre y desde que Luca tenía memoria, era la que ordenaba cada vez que salían juntos. Recordó varios escenarios en los cuales aquella bebida caliente y espesa fue protagonista en los encuentros con su padre. Peleas, discusiones, charlas serias o charlas al azar atiborradas de chistes internos. Lo que sea, pero el capuchino casi siempre presente. Sonrió con un tinte de nostalgia. Sus introspección se vio interrumpida cuando una morocha de ojos verdes como el pasto de verano se sentó a su lado y dejó un cuaderno sobre la mesa que decía ''Celia''. Supuso que era su nombre. La observó por unos minutos sin que la chica siquiera lo advirtiera. —Y... ¿te gusta escribir?— preguntó el muchacho, sin escrúpulos.
jueves, marzo 30
domingo, marzo 26
Barra
Dante siempre había sido muy bueno en su trabajo. Su labia fluida y su prodigiosa facilidad para entablar conversaciones hacía que la conexión con los clientes se diera de una forma totalmente natural. Las noches en las que él trabajaba, el bar vendía más tragos que de costumbre en su barra. Lograba charlar lo suficiente con los clientes como para divertirlos y animarlos a tomar un par de vasos más, seducidos por el entretenimiento que producía charlar con aquel morocho jocoso. Era capaz de hacer que dos personas establecieran conversaciones extensas a lo largo de la noche, para terminar en la cama de algún motel. Poseía una fascinación especial por las relaciones humanas y la comunicación, algo que lo caracterizaba y resultaba ser un gran beneficio.
Cervezas en cantidad. Mojitos. Y su especialidad: cubalibre. Vasos sobre las barras. Aún más tragos sobre las mesas ubicadas en los rincones. La energía del lugar se apoderaba del espíritu de jóvenes y adultos, sin duda alguna. Gente meneando las caderas y levantando los brazos al ritmo del pop y el rock que hacían retumbar una y otra vez los parlantes posicionados en lo alto del pub. Sonrisas en demasía. Y varias muchachas carentes de inocencia que pretendían pasar una dulce velada con él. "Hoy no" se dijo a sí mismo, observando escasez de sus típicas ganas de coquetear con desconocidas. Esta noche tenía un objetivo en específico que no estaba dispuesto a transformar ni canjear: Myrcella.
El reloj en su muñeca derecha emitió un sonido tintineante mientras las agujas marcaban las 2a.m, hora de irse a casa. Sirvió un par de tragos más, satisfecho con sus planes para el resto de la noche. Se despidió de sus compañeros de trabajo, metió un par de cervezas en su mochila en plan contrabando y luego la buscó impetuoso con la mirada entre tanta gente sentada sobre la barra del lugar. Allí estaba: sus ojos la divisaron donde la había conocido más temprano, aunque ahora llevaba el pelo un poco despeinado y el vestido desarreglado. Sonrió y apretó los labios, como queriendo suprimir esa expresión de satisfacción de su rostro. Se puso la mochila al hombro y se acercó a la castaña de inmediato, sin escrúpulos. —¿Me permite escoltarla, señorita?— preguntó Dante luego de inclinarse hacia a ella. La muchacha se sobresaltó al escuchar la voz del barman, puesto que hasta ese entonces se encontraba mirando al otro extremo de la pista, pensando en quién sabe qué. Él rió. Aún soltando un par de carcajadas, pasó con todo su cuerpo por encima de la barra, deslizándose por gran parte de la extensión de la misma. "Qué lindos son los encuentros casuales", pensó en cuanto tomó su mano y la acopló con la suya, dispuesto a caminar entre el mar de gente que ocupaba el lugar.
Cervezas en cantidad. Mojitos. Y su especialidad: cubalibre. Vasos sobre las barras. Aún más tragos sobre las mesas ubicadas en los rincones. La energía del lugar se apoderaba del espíritu de jóvenes y adultos, sin duda alguna. Gente meneando las caderas y levantando los brazos al ritmo del pop y el rock que hacían retumbar una y otra vez los parlantes posicionados en lo alto del pub. Sonrisas en demasía. Y varias muchachas carentes de inocencia que pretendían pasar una dulce velada con él. "Hoy no" se dijo a sí mismo, observando escasez de sus típicas ganas de coquetear con desconocidas. Esta noche tenía un objetivo en específico que no estaba dispuesto a transformar ni canjear: Myrcella.
El reloj en su muñeca derecha emitió un sonido tintineante mientras las agujas marcaban las 2a.m, hora de irse a casa. Sirvió un par de tragos más, satisfecho con sus planes para el resto de la noche. Se despidió de sus compañeros de trabajo, metió un par de cervezas en su mochila en plan contrabando y luego la buscó impetuoso con la mirada entre tanta gente sentada sobre la barra del lugar. Allí estaba: sus ojos la divisaron donde la había conocido más temprano, aunque ahora llevaba el pelo un poco despeinado y el vestido desarreglado. Sonrió y apretó los labios, como queriendo suprimir esa expresión de satisfacción de su rostro. Se puso la mochila al hombro y se acercó a la castaña de inmediato, sin escrúpulos. —¿Me permite escoltarla, señorita?— preguntó Dante luego de inclinarse hacia a ella. La muchacha se sobresaltó al escuchar la voz del barman, puesto que hasta ese entonces se encontraba mirando al otro extremo de la pista, pensando en quién sabe qué. Él rió. Aún soltando un par de carcajadas, pasó con todo su cuerpo por encima de la barra, deslizándose por gran parte de la extensión de la misma. "Qué lindos son los encuentros casuales", pensó en cuanto tomó su mano y la acopló con la suya, dispuesto a caminar entre el mar de gente que ocupaba el lugar.
miércoles, marzo 1
Después de los besos,
de los silencios,
vomité mariposas
Explotaste en mi cabeza
y te teñiste de gris
Se despintaron mis labios
y ardimos en miseria
Nos pisoteé
como a un bicho miserable
y te di ese beso
lleno de melancolía
Nos convertimos en un recuerdo,
una melodía que nunca fue
Fuimos un dibujo a medio hacer
una taza de té fría
un capullo sin florecer
un cigarro consumido
Aún vivimos en esas canciones y
en los rincones de tu casa
Aún somos en el pasado
en algún recuerdo encapsulado
de los silencios,
vomité mariposas
Explotaste en mi cabeza
y te teñiste de gris
Se despintaron mis labios
y ardimos en miseria
Nos pisoteé
como a un bicho miserable
y te di ese beso
lleno de melancolía
Nos convertimos en un recuerdo,
una melodía que nunca fue
Fuimos un dibujo a medio hacer
una taza de té fría
un capullo sin florecer
un cigarro consumido
Aún vivimos en esas canciones y
en los rincones de tu casa
Aún somos en el pasado
en algún recuerdo encapsulado
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