martes, mayo 30

Vestidito negro

Ayer me puse un vestidito negro al cuerpo. Y lo disfruté. Me miré al espejo sin que surjan ni germinen en mí esas ganas desaforadas de arrancármelo cuanto antes. Me miré contenta, con una media sonrisa casi convencida de mi conformidad. "El negro siempre me queda bonito" pensé, y aunque me miré varias veces a ver si me marcaba demasiado la pancita, elegí disipar pensamientos tristes y destructivos. Elegí quererme, como todos los días lo elijo. Hago el esfuerzo, al igual que miles y millones de mujeres lo hacen todos los días cuando se enfrentan con con su reflejo en algún vidrio de su barrio. Mirarte al espejo siendo mujer es, literalmente, una pelea constante.
Ayer desconstruí, como todos los días, ese prejuicio tan hecho carne que tenemos como sociedad y como colectivo femenino. Tiré a la basura los estereotipos impuestos y me repetí, casi sin querer, que la belleza está en el espíritu. Que ser linda, como le digo a todas, es la forma en la que te brillan los ojitos cuando hablas de feminismo, de tu vocación o de alguna otra pasión. Que ser linda es estar contenta con una misma. Que ser linda es sentirse libre y sin límites.
Ayer no me puse el vestidito negro nada más. Ayer me puse la seguridad en mí misma que el patriarcado nos roba todos los días. Me puse la camiseta de la resistencia y los pantalones de la oposición a este sistema machista. Me planté frente a los prejuicios y al ojo ajeno, por todas las pibas que alguna vez pasamos hambre o devolvimos el guiso de la abuela para ser más bonitas. Me enfrenté a lo que la publicidad y el modelaje de pasarela nos quita todos los días: el amor propio. Ayer me vestí de poder femenino y de lucha.